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Eduardo Palomino

Escritor de novela romántica, amante del café y los postres. Escribir es mi pasión, hornear mi desestrés.
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Eduardo Palomino

Escritor de novela romántica, amante del café y los postres. Escribir es mi pasión, hornear mi desestrés.
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La cabaña

Posted on October 18, 2021 in Relato
Tiempo de lectura : 17 mins

Sus manos buscaron el interruptor entre las paredes. Moviendo la mano de un lado a otro hasta que se escuchó el sonido de un clic y las luces iluminaron el pequeño cuarto. Qué pocilga es está. Roberto, puso cara de asco al ver todo el polvo cubriendo los muebles ¿Acaso nunca limpian el lugar? No era sorpresa el estado que se encontraba la cabaña, el precio era tan barato que esperar algo mejor era casi imposible. Por lo menos, las luces funcionaban, un pequeño punto a su favor.

Al entrar se tropezó con un objeto en el suelo. Su mano tomó el control con rapidez y poso la mano en uno de los muebles que estaba a su lado. Evito la caída, pero la mano se llenó de polvo. Roberto no lo pensó dos veces y limpio sus manos en su ropa. La sensación del polvo en su mano era insoportable. Dejo caer la mochila y busco dentro de ella una pequeña botella de agua. En cuanto la tuvo en sus manos dejo caer el líquido en la mano. Fue un alivio deshacerse del polvo y la horrible sensación que producía.

Saco unos guantes y limpio la cabaña con esmero, retirando cada mota de polvo. Un trabajo arduo, pero que rindió sus frutos. Sin polvo y con las ventanas abiertas, el aire viciado fue desapareciendo. Dejando entrar un viento helado del exterior. La temperatura fue bajando que Roberto tuvo que frotar sus manos y cubrir su boca con la bufanda que llevaba consigo.

La chimenea lucia horrible y sucia. Llena de hollín por todos lados, era imposible limpiarla, no tenía los utensilios adecuados. La tuvo que dejar así. Roberto buscó algún madero para encender el fuego, pero no encontró ni uno. Afuera en una esquina de la cabaña había un montón de leña, sin perder tiempo Roberto salió y recogió varios leños.

Dejo los leños en la chimenea dispuesto a prenderla. Saco su reluciente encendedor grabado con las iniciales «RyK», un regalo de Karina. Suspiro y encendió el encendedor, pero en vez de encender la madera salió hacia afuera con un cigarro en mano. Ni las bajas temperaturas evitaron que disfrutara de su vicio, pero la costumbre de fumar, no había desaparecido. Ella odiaba el olor del humo.

Dudó en la segunda bocanada, dispuesto a tirar el cigarro y abandonar una vez por todas esa maldita costumbre. Pero ya a era demasiado tarde para hacerlo, ella ya no estaba con él y no valía la pena. Ya no importaba nada, sin ella, no tenía sentido.

Los rayos del sol se fueron apagando y las estrellas empezaban a salir de sus escondites. El lago se mantenía apacible como si nada le afectara. Por unos segundos, Roberto, cerro los ojos y disfruto el viento que helaba su rostro. El teléfono sonó, un mensaje de su hermana «Cuídate y regresa pronto». Miro el mensaje y guardo el teléfono en su bolsillo. Arrepentido respondió el mensaje de su hermana.

Dejando el cigarro a medio terminar lo tiro al suelo y lo apago con la suela de zapato. Con medio pie dentro en la cabaña paro en seco por la voz de una mujer diciendo, hola. Una muchacha con gorro rosa de cabellos negros, una gran sonrisa y agitando su mano de un lado a otro. Al no recibir respuesta volvió a gritar hola.

La mirada de Roberto se fue por un segundo al interior de la cabaña. Volvió a ver a la mujer, se parece a ella. Con voz monótona le devolvió el saludo. Al escuchar ese hola, ella se acercó con rapidez y estrecho la mano de Roberto, sin darle ni un segundo para entrar a la cabaña.

Resignado, Roberto la invito a pasar. La plática fue de solo un lado, Sara no perdió ni un segundo en platicar toda su vida. Mientras que Roberto contestaba con monosílabos. Ella había rentado la cabaña de a lado después de tener una pelea con sus padres. Hace unas semanas renunció a su trabajo, cansada de los malos tratos. Sin pensarlo dos veces rento la cabaña y se fue sin avisar. Pasaron los días y sus padres no se percataron de su ausencia. Entonces recibió una llamada de su madre, preguntando si podía pasar a la casa para recoger algo. Ella respondió que no, que estaba a kilómetros de distancia y ni siquiera habían notado su ausencia. Su madre suspiró y sin decir nada colgó.

Mientras Roberto escuchaba cada palabra de Sara sin aportar nada a la charla. No debió irse sin avisar, aunque sus padres pasaran de ella. La relación de Sara y sus padres, era complicada.

Hubo un silencio incomodo. Ella fue la que rompió de nuevo el silencio preguntado a Roberto por qué había rentado la cabaña.

Frunció el ceño y desvió la mirada. Nada en particular. Era una mentira, no tenía que decirle por qué estaba en aquel lugar y menos hablar sobre su esposa. La charla se alargó hasta la noche y las palabras de Sara eran las únicas que se escucharon, hasta que su garganta se sintió rasposa no dejo de hablar. Con cansancio y al notar que la luna salió de entre las montañas se despidió de Roberto con un andar lento y despreocupado. Tras unos pasos se detuvo, giro y grito «Me llamo Sara». Él esbozó una sonrisa y grito su nombre para que ella también lo supiera.

El frío viento empezó a helar cada vez más y la piel de Roberto se iba congelando. Entro en la cabaña y prendió la chimenea. En ese momento un sonido de golpeteo sonaba fuera, era la lluvia que llego de imprevista. Se asomó por la ventana, vio una ligera lluvia que convierto en un instante en una tormenta. Que no le permitía ver a lo lejos.

Se sentó cerca del fuego y cerrando los ojos disfruto el sonido de la lluvia. Junto con el aroma de tierra mojada fue como un arrullo que lo llevaba al mundo de los sueños. Una libertad nunca antes sentida, lejos del bullicio de la rutina.

El sueño lo arropó. Escucho el sonido de la puerta y la voz de su mujer gritaba que abriera. Pero por más que intentaba abrirla no podía, los golpes se intensificaron y entonces despertó. No era su esposa sino Sara que gritaba que la dejara entrar.

Se levantó y abrió la puerta, frente a él estaba Sara toda empapada y sin esa sonrisa que había mantenido mientras platicaban. La pobre intentó subirse con una cobija que poco ayudo a mantenerla seca.

—¿Puedo pasar?—dijo con una voz temblorosa. Roberto la dejo pasar, ella al ver el fuego fue corriendo a la chimenea. Lanzo la cobija a un lado y puso sus manos frente al fuego. El calor de su cuerpo iba regresando.

—Te traeré algo de ropa—dijo Roberto al ver que lo único que llevaba con ella era aquella cobija empapada. Sara le sonrió y le dio las gracias. Saco algunas ropas y se las dio, ella las tomo y pregunto por el baño. Le señalo en donde estaba y se cambió las prendas mojadas. Ella regresó y se puso de nuevo a un lado de la chimenea. Le contó que le sucedió, cuando la lluvia empezó caer con mayor fuerza el agua se filtró por el techo. En menos de un minuto había goteras por todos lados. Un problema menor con cazuelas que fue corregido, pero el mayor problema vino después. Al sentir frío prendió la chimenea y cuando la madera empezó arder el desastre empezó. El humo no salía y lleno la habitación. Salió corriendo del lugar para evitar el humo. Tan solo le dio tiempo de tomar una cobija. Y sin otro lugar a donde ir corrió hacia la cabaña de Roberto.

Las ventanas quedaron cerradas evitando que el humo pudiera salir, no sería hasta el siguiente día que se disipara.

Le ofreció una taza de café, Sara aceptó. Se dirigió donde estaba la cocina y puso a calentar el agua. En la otra habitación se escuchaba a Sara tararea una canción que cantaba desde niña. Eso siempre la relaja. Roberto volvió a la habitación y ella detuvo su canto.

—¿Podemos charlar un poco?—dijo Sara un poco dudosa.

—Claro que si—platicaron casi toda la noche hasta que los párpados de Sara se fueron cerrando. Ella se quedó en la sala. Él ofreció la cama para que durmiera, pero ella se negó y prefiero la sala. Ambos se desearon buenas noches y cayeron dormidos.

Sintió un pequeño golpe en el hombro, algo lo estaba moviendo. Abrió los ojos para ver el rostro de Sara. Su rostro reflejaba una angustia enorme y sus palabras parecían absurdas, hemos sido secuestrados, repetía cada segundo. Nada es lo que parece, dijo mientas intentaba que sus lágrimas no salieran de sus ojos.

Confundido por aquellas palabras se levantó y con rapidez ella lo guío hacia la ventana. El mundo había cambiado. Un bosque ocupaba el lugar del lago y la lluvia no dejo rastro en el suelo, una luna azul iluminaba la tierra seca que se encontraba fuera de la cabaña.

La respiración de ambos se aceleró llenando sus pulmones de oxígeno. Por instinto se tomaron de la mano para poder aferrarse a la poca realidad que les quedaba, el reconfortante calor de sus palmas los tranquilizo, sentir la cercanía del otro fue alivio para ellos.

Ella intentó moverse, pero Roberto no movió ni un pie. Ella sintió el temblor de su mano y vio sus pies que por poco cedían hacia el suelo. Le hablo varias veces, pero ignoro sus palabras fue entonces que soltó su mano—alguien mas puede estar en problemas—dijo ella con voz alta. Las palabras llegaron a su oído y le reprocho que era peligroso, una estupidez salir ella fuera sin saber qué es lo que pasaba.

Ignoro las palabras de Roberto y lo miro con furia—Eres un cobarde—dijo entre dientes antes de salir y azotar la puerta.

Que mas daba dejarla a su suerte, la conocía solo hace unas horas. Una desconocida que no valía la pena. Un pretexto, una mentira, era cobarde que no era capaz de ir más allá. Ni cuando escuchó los gritos de su mujer pidiendo ayuda pude mover un pie.

¿Era esto una clase de castigo? Por el pecado que cargaba en hombros o una pesadilla. Golpeo con la palma de su mano su rostro para poder despertar, pero nada sucedió.

A lo lejos escucho un grito. Era la voz de Sara gritando con desesperación. Roberto dudó, pero sus pies se movieron y corrieron hacia donde provenía el grito. Sus lágrimas salían de sus ojos mientras corría, se tropezó mas de una vez, pero no se detuvo. Empujo la puerta con fuerza y la encontró en medio de la habitación blandiendo un atizador. Sus ojos se posaron en el suelo lleno de sangre. Frente a ella estaba una criatura ovalada de color rojizo, del tamaño de un melón y ocho patas. Yacía muerta, pero Sara no soltó su improvisada arma lista para un segundo ataque si fuera necesario.

Roberto se dejó caer al suelo, poso sus manos sobre su cabeza y el corazón empezó a acelerarse, casi perdió el conocimiento. Ella se acercó lo tomo del brazo y lo levanto—debes tranquilizarte—le dijo con voz suave, pero su cuerpo seguía temblando.

Cerraron las puertas ventanas y revisaron las otras habitaciones esperando no encontrarse otra de esas criaturas.

Roberto seguía temblando. Saco un cigarro de su bolsillo, pero no pudo prenderlo. El encendedor estaba en la mesita de noche de su cabaña. Se maldijo a sí mismo por haberlo olvidado. Su pensamiento se nubló y fue hacia la puerta.

Ella lo siguió hacia afuera—¿A dónde vas?—dijo Sara—A mi cabaña—y siguió caminando ignorando sus palabras. No tenían la mayor importancia, tenia que volver por el encendedor. Se detuvo al verse solo, no pudo seguir caminado. Ella se acercó y le pregunto qué pasaba. Guardo silencio. Contar sobre su bien mas preciado era como aceptar el pecado que cargaba—Necesito recuperar algo—dijo entre lágrimas.

Se apiadó de él y lo acompaño a la cabaña. Con paso rápido y vigilando el suelo por si encontraban otra de esas cosas. Nada salió al ataque, pudieron llegar sanos y salvos.

Roberto salió corriendo al dormitorio mientras Sara le seguía el paso. En cuanto tomo el encendedor, lo acerco a su pecho como si fuera un sello protector. Al ver a Sara detrás de él lo guardo con rapidez como si ocultara sus pensamientos.

—Tenemos que irnos. Busca algo que puedas usar como arma—dijo ella.

—¿Irnos? ¿Estás loca? No voy a abandonar este lugar.

—Es tu decisión, pero no voy a quedar aquí. Una pareja está en otra de las cabañas—Roberto miro como se alejaba, tenía miedo de salir, pero quedar solo era aún peor. Resignado la siguió, no antes de tomar el atizador de su chimenea.

Caminaron por un sendero iluminado por la luz de la luna. A sus lados crecía una maleza que se movía sola sin necesidad del viento—no nos acerquemos a esa hiervas—sugirió Roberto, ella estuvo de acuerdo.

Media hora mas tarde pudieron ver las cabañas a lo lejos. Entre mas se acercaban se oía un zumbido que se movía de un lado a otro. Roberto preguntó a Sara si también lo escuchaba. Ella también lo oía, tomo el atizador con ambas manos.

El zumbido fue aumentado de intensidad. Era como tener un insecto dentro del oído. Roberto dejó caer el atizador y se talló con fuerza los oídos, fue inservible el sonido no desapareció ni tapando ambas orejas.

Aparto sus manos de las orejas al oír un grito. Ella gritaba para advertir de la criatura que sobrevolaba sobre ellos, una mancha negra que apenas podía vislumbrarse en la oscuridad con la poca luz de la luna. Se tambaleaba de un lado a otro, analizando sus movimientos y decidiendo cual sería su víctima. Se lanzó hacia Roberto a gran velocidad, apenas pudo esquivar el ataque. Ahora la criatura tomaba forma frente a sus ojos. Media como medio metro, dos grandes alas acompañadas de un cuerpo delgado, una protuberancia fina y larga como un pincho.

—Estás herido—grito Sara al acercarse. No sintió dolor alguno aunque la herida era profunda. Quiso curar su herida, pero la criatura continuaba al asecho. Sara lo levanto y ambos corrieron a dirección de la cabaña. El monstruo se avalando hacia ellos, esta vez pudieron esquivar su ataque. Continuaron con la carrera hasta llegar hasta la puerta, esta cedió con facilidad, entraron y encontraron un cadáver en la habitación.

El cuerpo estaba seco y con solo una herida en el cuerpo, un agujero en su abdomen con apenas rastros de sangre y resplandeciente collar plateado. La respiración de Sara se dificultó, pero se mantuvo en pie. Cerro las puertas y ventanas; al terminar se desplomó en el suelo y sus lágrimas fluyeron de sus ojos.

Se sentó a un lado de ella y la abrazo.

—¿Qué haremos ahora? Dijo Sara y pozo su cabeza en él.

—No lo se—limpio sus lágrimas, ella se levantó y busco con que curar la herida de Roberto. Él hizo lo mismo, pero al estar de pie un mareo llego repentinamente, se tambaleó de un lado a otro y perdió el control de su cuerpo. Sus ojos se cerraron y quedo en completa oscuridad. Y del silencio sonó un fuerte golpe.

Para él fue un segundo de inconsciencia. Al abrir los ojos se encontró con el rostro de Sara. Estaba dormida y de ella sonaba unos pequeños ronquidos. Una vez mas le recordó el rostro de Karina. Su mano se dirigió a su rostro, intentando tocar aquella piel morena. Pero antes de que su mano hiciera contacto con su piel, ella despertó. Roberto retrocedió su mano a toda velocidad.

—Anoche—hizo una pausa, mientras ordenaba sus pensamientos—hablaste por horas. Mencionaste el nombre de tu esposa.

—¿Dije algo más?—Miro con temor a Sara.

—No—evito la mirada de Roberto.

Se levantó y esta vez pudo mantenerse de pie. Busco el cadáver por todas lados. Ella notó en su mirada que lo buscaba, le explicó que después de que se desmayara movió el cuerpo a otra habitación. Le provocaba miedo y además asco verlo. Fue una tarea fácil, ya que era tan ligero que no hubo problemas en trasladarlo.

La luz del sol traspasaba las ventanas. Se sentían perdidos y sin rumbo que tomar. Estaban cansados y con hambre ¿Cuánto más podrían sobrevivir? ¿O acaso seguía la pena seguir viviendo? Ninguno los dos dijo nada, pero ese pensamiento paso por ellos. La tranquilidad fue rota con un golpe repentino. La puerta estaba siendo golpeada. La criatura harta de esperar que su comida saliera empezó atacar el lugar, pero la puerta no cedía por mas que lo intentaba. Siguió sobrevolando el lugar, buscando una entrada. Al igual que ellos moría de hambre.

—No podrá entrar—dijo Sara temblando.

—Echaré un vistazo—dijo Roberto, un error que lamentaría. Al asomarse por la ventana la criatura se abalanzó hacia él, rompiendo el frágil vidrio que los protegía de esa monstruosidad. Roberto brincó hacia un lado para evitar ser traspasado por aquella criatura.

La mirada de Sara se posó en su arma. Pero la criatura no le dio tiempo a llegar y se lanzó sobre ella. Detuvo su ataque, deteniendo con ambas manos su trompa aguijoneada. Evitando que las traspasara, pero su fuerza no era suficiente poco a poco iba cediendo.

—¡Ayuda!—grito varias veces mientras Roberto se quedó paralizado mirando la escena. Él miró la puerta que daba hacia la otra habitación, un lugar seguro lejos de esa cosa. Podría tapar las ventanas y mantenerse con vida.

Los gritos no cesaban, el recuerdo de esposa se mezcló con la realidad y entonces tomo el atizador del suelo. Y corrió hacia la criatura y la apuñalo de un solo golpe. La carne del monstruo cedió como mantequilla y cayo al suelo sin vida, sobre el cuerpo de Sara. Ella lo lanzo a un lado y vio algo que llamo su atención. Un objeto plateado colgaba en lo que parecía ser su cuello. Un collar de medio corazón.

Se escuchó otro golpe, era Roberto cayendo al suelo, retorciéndose de dolor. Un calor inexplicable rodeaba su cuerpo. Sara gritó y retrocedió. No podía creer lo que veía. En donde debía estar la mano de Roberto estaba mutando a una extraña extremidad, parecida a la pata de un insecto.

El calor seguía creciendo por todo su cuerpo y sus sentidos fueron cambiando. Su vista era mucho mejor y los olores eran mas vivos. Uno destacaba de los otros, un dulce aroma a sangre que provenía de Sara.

—Corre y aléjate de mí—grito Roberto.

—No puedo dejarte—intento acercarse, pero Roberto retrocedió controlando sus ganas de lanzarse hacía ella y le grito de nuevo lo mismo. Sara sin mas remedio huyo de la cabaña, se alejó lo mas que pudo.

Él iba perdiendo el control de su cuerpo mientras iba cambiando. Con su mano derecha aún conservando su parte humana saco el encendedor de su bolsillo. La imagen de su esposa paso por su mente y luego el dulce rostro de Sara. Prendió el encendedor, se acercó a una de las ventanas e incendio las cortinas. Se dejó caer al suelo, recordó por última vez a su mujer en el automóvil que compartieron en años. Ahora compartirían el mismo destino: Soledad y fuego.